Saturday, April 30, 2011

ORO, LUCES Y ENTIERROS EN EL LITORAL PACÍFICO COLOMBIANO

Jaime Andrés Peralta Agudelo
Estudiante de Doctorado y DEA en Historia de América Latina, Universidad Pablo de Olavide
(Sevilla, España). Magíster en Historia, Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín.
Comunicador Social-Periodista, Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín. Profesor
Asociado, Universidad de Antioquia. Docente investigador de la Facultad de Comunicaciones.
Correspondencia: Universidad de Antioquia (Ciudad Universitaria), Bloque 12, Oficina
114, Medellín, Colombia.
jandresperalta@gmail.com

RESUMEN

El ensayo que aquí se presenta es un relato de no ficción referido a los “entierros”
que se avizoran en la Costa Pacífica. Bajo esta categoría de representación se
conoce a los tesoros, constituidos de forma primordial por oro, que se perdieron
una vez sus dueños originales fallecieron sin dar noticia exacta de la ubicación
donde los sepultaron. A su vez, ellos hacen parte de una categoría de clasificación
“taxonómica” más general denominada como “encantos” y ellos -conjuntamente
con las restantes manifestaciones de la asociación (animales de oro, ciudades de
oro, yacimientos de oro, etc.)- habitan, por lo general, en el inframundo acuático.
Palabras clave: patrimonio cultural inmaterial, comunidades afrochocoanas,
ecosistemas acuáticos, oro, entierros, encantos.
ABSTRACT

The essay here presented is a nonfiction story referred to “burials” that loom on
the Pacific Coast. Under this category of representation are known treasures,
constituted essentially of gold, which were lost when their original owner died
without giving exact information on the location where buried. In turn, they are
part of a category of “taxonomic” classification, more generally known as “charms”
and they, together with the other manifestations of the association (golden animals,
cities of gold, gold deposits, etc...) generally live in aquatic underworld.
Key words: Intangible Cultural Heritage, afrochocoanas communities, aquatic
ecosystems, Gold, Burials, Charms.
Recibido: 5 de noviembre de 2009
Aprobado: 10 de diciembre de 2009

* Este artículo hace parte de los resultados de la investigación “Memorias del agua. El patrimonio
intangible ancestral sobre los ecosistemas acuáticos como estrategia de reconocimiento
cultural, gestión ambiental y desarrollo local de las comunidades afrocolombianas del Chocó
Biogeográfico, zona norte, Departamento del Chocó”, financiada por el CODI de la Universidad
de Antioquia e inscrita dentro de la producción del Grupo de Investigación “Comunicación,
Periodismo y Sociedad” de la Facultad de Comunicaciones de este centro educativo.
168 folios 21 y 22, 2009, Facultad de Comunicaciones, Universidad de Antioquia

Tal vez por ser un lugar de frontera donde se encuentran el mundo de la tierra y
el del agua y por ser un terreno privilegiado donde las criaturas de cada universo
cruzan sus existencias en breves encuentros, los habitantes de las colectividades
negras que habitan en las costas oceánicas o en las riberas de los múltiples ríos,
ciénagas y quebradas del Departamento del Chocó toman a las playas de agua
dulce o de agua salada de sus respectivas comunidades como uno de los parajes
donde de vez en cuando ocurren, como afirman varios testigos de esos extraños
eventos, “cosas maravillosas”1.

En cada rincón de esta esquina de Colombia se han elaborado relatos que atestiguan
la mágica atmósfera de aquellos espacios y muchos de ellos coinciden en afirmar
que uno de los principales “misterios” que por ahí suelen deambular son los
“entierros”, conocidos también como “guacas”, que de cuando en cuando salen
del espacio acuático donde desarrollan sus existencias para “dejarse ver” por los
habitantes de la realidad terrenal. El viejo lobo de mar Alfonso Lemus, también
conocido en el litoral como Tío Zorro, tal vez por conocer al dedillo varios de los
secretos que están en las costas chocoanas, define su esencia de la manera siguiente:

[…] entierro se le dice al oro que entierran como guardándolo para que otros no se los
quiten. ¿Entonces qué sucede? Que cuando se muere [el que lo sepultó] ya eso queda allí,
ya ni lo aprovecha el que se murió ni lo aprovechan los que quedan aquí. Pero el dueño lo
entierra con su seña. [Marca el lugar] con una piedra, con un carbón, con una cruz, un palo,
un clavo. Todo es válido. Y por ahí es que sale la luz del encanto. Así es como el que lo ve
se da cuenta que ahí hay una cosa enterrada. (Lemus, 2008, 25 de junio -entrevista-).
Al estar constituidos esencialmente por oro en forma de granos, monedas,
lingotes, estatuillas, abalorios de decoración personal, enseres domésticos,
utensilios de culto religioso y “demás cosas de valor”, los entierros hacen parte de
los seres de la naturaleza que la cultura negro chocoana conoce como “encantos”.

Obtienen, por lo tanto, de este mineral su característica de estar ”vivos”, es decir,
su capacidad de tener movimiento, de poder “caminar”, de poder “ir y venir”
por este “mundo” como lo hacen las plantas, animales u hombres. Y, como lo
complementa Tío Zorro, además de esta impronta, también están “vivos” los
entierros porque tienen la facultad de:

[…] pensar y sentir como nosotros. El oro sabe a quién le sale. Busca al que le agrada,
engaña al que le molesta. Huye cuando quiere, se acerca cuando lo desea. Es que él está
vivito, vivito. Es muy arrechito y tiene sus mañas. Así son los entierros, patenticos al oro,
porque son de oro. El oro es su dueño y las ánimas que están en los entierros se vuelven
de oro, le obedecen, le dan cuenta. Todo se vuelve de oro. (Lemus, 2008, 25 de junio
-entrevista-).

Por todas estas características de vitalidad, a los yacimientos de aquel mineral
se los conoce localmente como de “oro corrido” y ellos “corren” aún más al
ser transportados los aluviones auríferos por las aguas de las quebradas y ríos
que fluyen desde las montañas y serranías hasta perderse en el mar. Como se
mueve, el agua también es tenida como una entidad con vida propia, así que la
existencia misma del oro es potenciada de igual forma por la del agua que lo
toca en su diario fluir de “arriba” hacia “abajo” del territorio chocoano. Así lo
Jaime Andrés Peralta Agudelo - Oro, luces y entierros en el litoral pacífico colombiano. (pp.167-179) 169
aclara Alfonso Lemus al contar que el “oro vive en el agua, allí tiene su casa, allí
están los lavaderos, allí se minea, de allí se saca. Sin agua no hay oro, no puede
aparecer”. (Lemus, 2008, 25 de junio -entrevista-).

Es por esta causa que la mayoría de los encantos, en términos generales, y los
entierros, de manera específica, también tienen su “aposento” cerca, adentro o en
las riberas del cosmos acuático de este territorio. Y es allí precisamente donde estos
dos elementos, valga decir, oro y aguas, entran en contacto con los “cristianos”.
Pero la unión de estos dos componentes naturales con el entorno humano es aún
más profunda, en vista que, al igual que las aguas donde “vive”, el oro es tenido en
esta cultura como algo “frío” que necesita de lo “caliente” para mejorar su esencia
y, así mismo, es tomado como una entidad masculina cuya naturaleza es, por sí
misma, el terreno privilegiado de lo “cálido” que existe sobre este planeta. Por lo
tanto y en un juego de oposiciones por semejanza y afinidad, es sabido que:

[…] los hombres son los mejores amigos del oro. Lo caliente [propiedad intrínseca de la
esencia masculina] se entiende mejor con lo frío. Pero también es cierto que hombre se
lleva mejor con hombre, no hay tanta garrotera y bochinche. [Tanto es así que] las mujeres
lo sacan de las orillas, pero es a los hombres a quien el oro les deja ver los mejores lavaderos
y le cuenta sus misterios. (Lemus, 2008, 25 de junio -entrevista-).

Con base en esta perspectiva de apreciación, son los varones los que están mejor
habilitados para buscar y encontrar entierros y es así como no es de extrañar que
los mejores “cachos” o experiencias de contacto con estos últimos se expresen de
manera más asidua a través de voces masculinas. En este sentido, sus anécdotas
sobre el particular coinciden en anotar que la mayoría de los encuentros ocurren
desde las primeras horas del atardecer hasta las primeras luces del alba y se
presentan tan sólo en algunos días que, por su misma naturaleza extraordinaria,
se convierten en jornadas que han marcado la memoria colectiva de los pueblos
donde ha aflorado su presencia. A este respecto, los días de plenilunio de los
meses de “verano” revisten cierta importancia para detectar “entierros”, aunque
la mayor frecuencia de avistamientos se presenta en los días de fiestas religiosas
de gran importancia ritual para el entorno cristiano como es la Semana Santa.
Los más curiosos -y hasta los más codiciosos- de los alrededores de las playas
del corregimiento de Coredó, municipio de Juradó, acostumbraban, por ejemplo,
hasta hace poco tiempo atisbarlos en aquellos “días especiales”. Tío Zorro,
recordando su lejana infancia recuerda sobre este tópico que:

[…] nosotros teníamos una finca allí en la mitad de la playa de Coredó. Hace años se
veían también muchos entierros ahí, en especial en épocas de verano y con Luna Llena.
Pero más que todo eso resulta más en épocas de Cuaresma y de Semana Santa. Entonces
uno se salía a la playa a mirar el mar y a mirar entierros. Ahora ya muy poco salen,
ahora ya no se ven tanto… pero en este tiempo del año acostumbraban antes a alumbrar
los entierros. Es que en esa época salían ellos a relucirse. (Lemus, 2008, 25 de junio
-entrevista-).

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TESOROS, ENTIERROS, DERROTEROS

By marjea - Posted on 21 septiembre 2006


En Chile se habla de tesoros escondidos, de entierros tapados y de derroteros mineros.
Los tesoros escondidos tienen, para el pueblo, en encanto de las leyendas de los paritas, de los tesoros que los filibusteros sepultaron durante sus correrías por estas costas. En Chile, como en América, dichos tesoros corresponden a botines de piratas que pensaban volver un día a retirarlos, para cuyo efecto hacían que sus subalternos cavaran un foso más o menos estratégico, después de lo cual, los asesinaban por la espalda, a fin de que no revelaran el secreto. En nuestro país, existieron varios de ellos; pero sin duda, el más popular es el del pirata Drake:

Los entierros o tapados, pertenecen un poco al misterio, a la brujería, a las alucinaciones, en las que no faltan extraños aparecidos o luces que se corren. Hay ciudades y zonas con prestigio de guardadoras de grandes entierros. Es sabido que, en los tiempos antiguos, no había bancos ni cajas de fondos y el temor a los robos hacia que los valores se enterraran en hoyos en el suelo o en cavidades que se practicaban en los murallones. La costumbre de los entierros se generalizó en chile durante la guerra de la Independencia y durante las revoluciones políticas que vinieron después, con el objeto de poner los tesoros a cubierto de la rapacidad de los vencedores.

Encontrar algunos de estos entierros se hacía, luego, difícil, pues sólo en grado de muerte sus propietarios hacían entrega de las señas de ubicación correspondientes, las que, por lo general, no eran muy explícitas, cuando no, las personas adineradas no alcanzaban a informar y morían sin dar noticias del codiciado paradero.
Y vienen los derroteros mineros. Para los mineros, cada tesoro escondido en las entrañas de la tierra tiene su dueño y este dueño, es un genio que lo defiende, vigila sobre él, lo esconde algunas veces bajo la forma de un guanaco, otras, de un enorme zorro, de un buitre o de un cabro negro que desaparece por entre las grietas.

Los cateadores, los burreros, los cabreros, cuentan que las vetas, los reventones de plata u oro, son cuidados por un zorro rojo, que es de lomo cerdoso y cola erizada. Este zorro rojo es, para los mineros, un brujo transformado en animal y es él quien resguarda o es dueño de los reventones.
Las referencias de tesoros, entierros derroteros mineros corren de boca en boca. Pero, para sacarlos hay que cumplir con algunas recomendaciones y creencias.

TESORO DEL INCA: Los pobladores del desierto de Atacama, ubican el Tesoro del Inca en una laguna, que estaría en la cumbre del cerro Quimai. (N.O. del Salar de Atacama).
La muerte del Inca Atahualpa, acaeció en 1533. Y se sabe que la caravana que viajaba levando los tributos en dirección al Cuzco., fue informada que el Inca había fallecido. Los caravanistas portaban catorce y media arrobas de oro, que era el tributo. Los indios, sin saber qué hacer con el tesoro, habrían depositado la valiosa carga en el fondo de la laguna del cerro Quimal.
Se cuenta, que algunos habitantes de las cercanías han realizado búsquedas y han logrado extraer objetos que dan mala suerte a sus poseedores.

TESORO DE LA BAHÍA DE LA HERRADURA: En la Bahía de la Herradura, que hoy se conoce con el nombre de Guayacán y que está junto a Coquimbo, los piratas enterraron un tesoro.

En el año de 1578, el corsario inglés Francis Drake, descubrió la bahía de La Herradura, así llamada por su forma. Desde ese mismo instante, la bahía pasó a ser el refugio de pirates y filibusteros, como Bartolomé Sharpe, Eduardo Davis, Jorge Anson y otros de menos nombradía.
Drake convirtió esta bahía en refugio y en sus costas enterró el producto de sus correrías, robando en cientos de combates. Este tesoro consistiría en miles de barras de oro y plata; cientos de miles de monedas de oro, mil doscientos zurrones de oro en polvo, veinte ollas de oro y diez tinajas de joyas.

TESORO DE LAS ISLAS JUAN FERNÁNDEZ:
Las islas de Juan Fernández, refugio de corsarios y bandoleros, se sabe que es un lugar que guarda riquezas, tesoros escondidos. Mucho son los sitios señalados como tales y pocos los casos de hallazgos.

TESORO DE LA ISLA DE IMELDEB: En Chiloé, en la isla de Imeldeb, por la parte que mira hacia Quehui, existe, según la creencia local, un valioso tesoro, dejado allí por algún buque corsario que, se cree, naufragó en ese punto, a consecuencia de una persecución que sufrió de parte de los buques españoles.
Desde esa fecha, la existencia de ese tesoro ha corrido de boca n boca, y son muchos los que se han trasladado a ese lugar a practicar excavaciones durante la noche.

TESORO DE PEDRO DE VALDIVIA: En el camino de Pitrufquén a Villarrica, se habla del Entierro de Pedro de Valdivia. La gente cuenta de unos aparecidos en la vuelta de los cerros; estas visiones tendrían que ver con parte de un tesoro. Los vecinos aseguran que aparecen españoles con sus armas y armaduras.

TESORO DE LA MARQUESA: Es otro de los grandes entierros que se conocen en el norte. Se cuenta que una hermosa y riquísima marquesa criolla se había visto obligada, en época pasada, a abandonar sus dominios para salvarse de la sublevación de su encomienda, y que había puesto a salvo sus joyas y caudales, encerrándolos en el socavón de una mina que quedaba en los cerros de una hacienda llamada la Marquesa, en recuerdo de la que había sido su aristocrática propietaria. Agregábase que la noble dama, muy bella, por supuesto, acompañada de dos fieles servidores, se internó cordillera adentro y que un temporal la había lanzado a un abismo insondable.

TESORO DE PUERTO VIEJO: Entre Copiapó y Caldera, más cercano a este puerto, se encuentra el tesoro denominado de Puerto Viejo. Aquí, en una cueva, habrían guardado un gran tesoro los españoles.

ENTIERRO DE LA QUEBRADA DEL FRANCÉS: Cuenta la tradición, que algunos piratas que tuvieron conocimiento del fabuloso tesoro enterrado en la bahía de La Herradura, por la Hermandad de la Bandera Negra, lo desenterraron y, como no pudieron llevárselo inmediatamente, lo cambiaron de sitio. Y el nuevo lugar elegido fue Papudo, otrora pequeña bahía oculta y guarnecida. Pero, el entierro se habría hecho tierra adentro, en el sitio llamado la Quebrada del Francés.

ENTIERRO DE CARELMAPU: El corsario holandés Enrique Browner, que asaltó Castro, Calbuco y Carelmapu, hizo que muchos de los habitantes de estas poblaciones se recogieran pueblo adentro, los que en su fuga fueron enterrando sus bienes, sus valores.
Algunos prisioneros dieron referencias y dijeron que en unos bosquecillos, en Caremapu, los prófugos habían ocultado inmensas riquezas.
Con estos antecedentes se comenzó la búsqueda y sólo se encontró un cofre con 325 pesos de a ocho reales y veintiséis libras de plata labrada.
Los buscadores de entierros no creen que este cofre pueda ser el total del caudal de poblaciones que huían llevándose todo cuanto tenían, y por ello continúan las búsquedas.

ENTIERRO DE DRAKE: Drake, el aventurero, a quien llamaban Azote de Dios, robó en Valparaíso oro en polvo, saqueó los galpones aduaneros repletos de mercaderías; se proveyó de víveres y se apoderó de objetos de valor tanto de las casas particulares como de las iglesias.
Este pirata temía caer prisionero de los buques españoles, y se cree que el botín que cogió en Chile lo enterró, antes de partir, en un rincón de la costa, cercano a Arica.

ENTIERRO DE LAS PATAGUAS DE QUILPUE: Es un entierro que la gente ubica cercano a este pueblo, junto a unas pataguas que muchos aseguran han visto convertidas, en las noches, en verdaderos árboles de Pascua. Miles de luces, de los más variados colores, las adornan. Dicen que estas luces suben incansablemente por las ramas hacia la copa, hasta convertirse en una llamarada. Aquí, en este sitio, durante muchos años se ha buscado el entierro, y se ha llegado hasta derribar las pataguas.

ENTIERRO DE LA PIEDRA DEL PADRE: En el Cajón del Maipú existía la llamada Piedra del Padre, por su parecido a una figura humana vestida con hábitos sacerdotales. Bajo esta semejanza, la creencia popular veía a un guardián de un entierro de los Jesuitas o de un monje. Hasta que un día apareció un desenterrador e hizo volar la piedra y se afirma que nada encontró.

ENTIERRO DE LA LAGUNA DE ACULEO: Después de la derrota de los chilenos en Rancagua, algunos ricos que vivían no muy lejos de aquel lugar se propusieron poner a salvo sus caudales. Así, se encajonaron oro, plata, piedras preciosas y una rica vajilla, que se acondicionaron en una carreta. Un antiguo mozo de la hacienda lo trasladaría todo a la República Argentina. Pero no había llegado a las inmediaciones de la Laguna de Aculeo cuando le aparecen los españoles, y antes de entregarse a ellos, le clava picana sus bueyes y los guías lago adentro. El peso de todo lo que conducía hizo que se hundiera profundamente en el fango.

ENTIERRO DEL LAGO DE LOS CRISTALES: Se cuenta que, buscando refugio para eludir una tormenta de nieve, llegó hasta unas rocas que orillan el Lago de los cristales un arriero y su tropilla de mulas. A este amparo se durmió, mientras las aguas del lago excedieron su nivel, arrastrándolo hacia su fondo, conjuntamente con las mulas, que portaban una carga de oro.
Narran que ciertas tardes de sol se ven en el fondo el arriero y sus animales, y hasta se siente el sonar del cencerro de la mula madrina. Otros aseguran que las mulas salen de la laguna y, arriadas por el hombre, toman una huella.

ENTIERRO DE LOS JESUITAS EN OCOA: Famoso es el entierro de las cargas de oro de los jesuitas, en la Hacienda de Ocoa, a raíz de su expulsión de toda América, en 1767. Ras este entierro, han andado varias expediciones. Se asegura que el entierro fue picado, pero que no se le pudo extraer a causa del material resistente, aun a la dinamita, que cubre la entrada de la bóveda.
Según el pueblo, pesa una maldición sobre aquellos que intentan apoderarse del entierro.

ENTIERRO DE LO ÁGUILA: Cercano a Santiago está el fundo Lo Águila, en el cual existiría un gran entierro de oro; valiéndose de esta referencia, han llegado a ese sitio gran cantidad de buscadores con el dato preciso respecto a dónde está ubicado, pero sin lograr dar con él. Como este entierro cobra actualidad cada cierto tiempo, los propietarios del predio donde se le sitúa, han recurrido a la justicia para evitar las molestias y perjuicios que le ocasionaban los que iban a la segura.

ENTIERRO DE LA CALLE MIRAFLORES: En la ciudad de Santiago, existe un entierro que ha sido muy buscado; sobre sus buscadores habría caído la ruina y, sobre otros la muerte.
Este entierro tuvo entre sus trajinadotes al gran poeta peruano, José Santos Chocano, quien tuvo que pagar una multa porque no se tapó la excavación el día que venció el plazo de la licencia municipal. Igualmente, después moría a causa de una puñalada por la espalda que le asestó otro sacador de entierros.

ENTIERRO DEL RIÓ MAPOCHO: A las orillas del río Mapocho, a la altura de la calle 21 de mayo, se encuentra un gran entierro. La historia de éste se remonta a la época de don Pedro de Valdivia, y de uno de sus compañeros, el brillante Alférez Real, Miranda. Los planes de este entierro se guardaron durante largos años en la Municipalidad de Santiago.

DERROTERO LOS TRES PORTEZUELOS: Ha exaltado la imaginación no sólo de los rudos mineros, sino que también de hombres cultos que en el tiempo del auge minero fueron cateadores incansables.
El derrotero de los Tres Portezuelos no ha llevado a nadie por el camino seguro, no se ha revelado a sus cateadores aunque las huellas seguidas son las exactas partiendo desde Copiapó.


Red chilena